Inicio » Artículos » Ingeniería literaria |
El objetivo de un escritor es
comunicarse con sus lectores. La unidad básica de información que
manejamos es la palabra. En esta nueva sección de ingeniería literaria
veremos cómo medir la cantidad de información de una palabra a partir
de tres factores: concreción, probabilidad y conocimiento, para lo que
nos apoyaremos en distintos ejemplos.
Concreción: consideremos las palabras petrolero y embarcación. ¿Cuál de ellas contiene más información? Un petrolero posee todas las características de una embarcación, pero además tiene otras particularidades: transporta petróleo, es de grandes dimensiones, navega por el mar... Por lo tanto, los datos o la información que transmitimos al lector al hablarle de un petrolero es mayor que si simplemente hablamos de una embarcación sin concretar. Probabilidad: consideremos ahora xilófono y guitarra. Desde luego, xilófono es una palabra mucho menos cotidiana. A lo largo del día, es más probable encontrarnos con la palabra guitarra. Las palabras más rutinarias, como mesa o televisión, se utilizan tanto que acaban por ofrecernos poca información, mientras que las más exóticas, como xilófono o pituitaria, nos llaman la atención y nos resultan más ricas. Por ejemplo, si creamos un personaje de ficción que toque el xilófono, será automáticamente más atractivo que uno que toque la guitarra. Vemos que las palabras más raras o menos probables transmiten más información al lector. La concreción, que vimos en primer lugar, puede entenderse en realidad como una forma de probabilidad. Es más probable encontrarse con una embarcación cualquiera que con un petrolero, ya que los petroleros son un subconjunto de las embarcaciones. Por lo tanto, la concreción no es más que una forma de encontrar palabras de poca probabilidad y, en consecuencia, mucha información. Conocimiento: si deseamos transmitir mucha información en pocas palabras, se puede dar la situación de que utilicemos palabras tan poco probables que el lector ni siquiera las conozca. En ese caso, en lugar de hacer llegar mucha información al lector mediante nuestra palabra rara, no le transmitimos absolutamente nada porque no entenderá el texto. Por ejemplo, si escribimos la palabra dingolondangos, muchos de nuestros lectores no sacarán ninguna información de ella, con lo que habremos fracasado en nuestro cometido de comunicarnos con ellos. Si el escritor debe adaptar su lenguaje al conocimiento de los lectores o si, por el contrario, son los lectores los que deben tener a mano el diccionario para entender al escritor es un debate muy interesante, pero que cae fuera de las fronteras de lo que se pretende en esta sección de ingeniería literaria. Simplemente debemos ser conscientes del posible desconocimiento de palabras muy ricas en información, y lamentarnos de la limitación que esto nos supone a la hora de comunicar. Después de estas reflexiones acerca de la cantidad de información de una sola palabra, podemos abordar el tema de la cantidad de información de una oración completa. Porque, aunque a veces utilicemos palabras aisladas (en poesía, o en oraciones de una sola palabra), nuestro modo más habitual de expresarnos será mediante oraciones de varias palabras. Pero eso lo dejaremos para la siguiente entrega de ingeniería literaria. Para los que quieran una expresión matemática que mida la información de las palabras, la siguiente fórmula puede ser una buena aproximación: donde
La Hoja Azul en Blanco nº 2, primavera 2003 | |
Visiones: 8053 | Comentarios: 3 | Ranking: 0.0/0 |
Total de comentarios: 2 | |
| |
General
[1]
Artículos de carácter general en Ficciona
|
Ingeniería literaria
[5]
Artículos sobre Ingeniería Literaria
|